La Torre del Oro de Sevilla alberga en nuestros días un museo naval, digno representante de la Armada en la ciudad andaluza, que durante tantos años fue clave en el tráfico marítimo con las Indias.
Muchos han sido y siguen siendo los huéspedes y visitantes que lo han disfrutado y disfrutan; en tiempos pasados algunos han estado alojados en esta balla atalaya en contra de su voluntad. Tal es el caso del ilustre prócer cuya circunstancia traemos hoy a colación.
Felipe II, con itención de frenar los excesos que en cuestión de tratamientos, y como influencia italiana, se venían cometiendo en perjuicio de la ponderación hasta poco antes reinante en España, promulgó la denominada "premática de las cortesías", por la que se regulaba esta espinosa materia.
Esta reglamentación fue protestada por las representaciones diplomáticas extranjeras, que creyeron ver en ella una reducción de sus prerrogativas. Entre los propios súbditos fue, asimismo, mal recibida y algunos grandes y títulos de Castilla, a los que más afectaba, la juzgaron improcedente.
Sin embargo, elrigor y celo con que se aplicó fue, curiosamente, extremado.
Uno de los alcaldes de Sevilla, don Pedro López Puertocarrero, marqués de Alcalá, fue preso por orden real y trasladado al castillo de la Mota con escolta de cuarenta arcabuceros porque en el "sobrescripto" de una carta que había enviado al marqués de Tarifa había puesto: "Al Ilustrísimo Señor el Marqués de Tarifa, mi Señor, aunque pese al Rey Nuestro Señor".
De nada le sirvió al infeliz alcalde el contar ya con sesenta años, edad avanzada para la época.
Pero no para ahí la cosa: el recepcionario, por el mero hecho de no rechazar la misiva, fue también encarcelado, y precisamente en nuestra Torre del Oro.
H.O.D.
(De la R.G.M. de julio de 1988)