En el siglo XVI el sistema de muestras y revistas de tropa reclutada dejaba bastante que desear. Como quiera que del número de soldados debidamente armados dependía el importe de la paga general que recibían los capitanes en depósito, éstos acudían a un sinfín de triquiñuelas para abultar sobre todo la primera muestra, por la que en lo sucesivo se guiarían los futuros pagamentos.
Unas veces se hacen pasar por soldados, pajes, servidores y extraños; en otros casos se camufla hábilmente el armamento para fichar todos como armados; otras veces, en fin, se soborna directamente a quien se precise para redondear el número y estado de la unidad.
No debemos olvidar, sin embargo, el carácter picaresco, aventurero y de soldado de fortuna de los reclutadores por real contrata. Para evitar estos excesos de la Administración militar destacaba sus funcionarios, que con la denominación de "comisarios de muestras" tenían la misión de desenmascarar los fraudes.
Arduo cometido debía ser el suyo, además de poco popular y lucido. Con motivo de una de estas muestras es enviado de Flandes a Luxemburgo, en mayo de 1587, Martín Martínez de Rezola, "entretenido de la pluma", para regatear con el capitán don Antonio Manrique de Lara, que trae de Milán unas unidades con las que reforzar el ejército que se preparar la conquistar Inglaterra. En un documento de Simancas se lee: "no tuvo lugar de dar relación de ello por haber enfermado", y al margen, con letra de otra mano más concreta aunque menos caritativa: "de manera que perdió el juicio".
Al parecer, de tanto contar y recontar soldados sin que las cifras cuadrase, acabó contando todo lo que veía: casas, perros, musarañas..., dándolos a todos por bien armados.
H.O.D.
(De la R.G.M. de julio de 1988)