Cerca hay unas grandes piedras; una piadosa tradición dice que son, petrificadas, el casco, la vela y el timón de una embarcación en que vino la Virgen para ordenar al Apóstol Santiago que regresase a Jerusalén.
La mayor de dichas piedras es la llamada de avalar; permanece inmóvil por su gran peso pero a veces se mueve con un muy pequeño esfuerzo, con un dedo, a pesar de sus 500 quintales.
El moverla dice bien del que la mueve, de su bondad, de la fidelidad de las mujeres... La pedra do cadrises dicen que es la que resultó de la palamenta y velas de la barca. Está también la pedra do timón... En la ermita, muchos exvotos marineros dicen de la protección de la Virgen de la Barca a los hombres de Mar.
Es un gran alivio cuando se entra en la ría de Camariñas, por una de sus tres bocas (ello ya dice la cantidad de bajos que hay) y se deja por estribor la Virgen de la Barca con sus pedras milagreiras. ¡Espumas de Camariñas! -diríanse que son inspiradoras de los encajes que con bolillos hacen sus mujeres en las palilladas-. Yo estuve en una, refugiado en una arribada de aquellas que a veces impone el Mar de Homes. Los mozos marineros, al no poder salir a la Mar, cortejaban a las laboriosas mozas palilleando...
A la mañana siguiente, con tiempo muy cerrado (y sin radar) al salir, hubo un momento en que los encajes del mar, las rompientes, nos denunciaron los bajos de Touriñana por la proa, y cerca... Una metida a estribor, hacia afuera, y, ¡a viaje! Era una metida muy a tiempo... Dirigí una mirada que era una corta oración de gracias a la ermita de la Virgen de la Barca, que se difuminaba muy lejos, por la popa... ¡Gracias María! -A Virxe da Barca, me avisó a tiempo... ¡Cousas da costa da morte!
Veño da Virxe da Barca
veño de avalar a pedra.
C.M.-V.
(De la R.G.M. de julio de 1988)